viernes, noviembre 26, 2010

UN MUERTO ENCIERRAS

Hundió su mano en el tarro de pintura. Con cuidado de no salpicar, empezó a dar la segunda mano a la habitación. Ya casi no se notaba el color celeste original. Extrañamente cada brochazo que daba a la pared se volvía una especie de alfiler clavado en alguna profunda parte de su alma. Todo en la habitación estaba tapado con sábanas viejas, para evitar que se mancharan los muebles.

- ¿Por qué haces esto? – dijo esa chica de mirada triste – ¿Por qué la pintas?. Es su habitación. No debes pintarla.

La miró de manera piadosa, casi como si fuera una locura lo que le planteaba – Porque tenemos derecho a dejar pasar el tiempo – sentenció.

Ella selló su cuerpo contra las paredes recién pintadas, como buscando una forma de eternizar su presencia.

- Estás estropeando la pintura – dijo él sin moverse. Sostenía aún la brocha en su mano. Su cuerpo frío sudaba oscuros recuerdos. De pronto sintió que una vorágine de sentimientos estallaba en su memoria. Las lágrimas caían por sus ojos.

Finalmente tomó la determinación de acercarse a ella.

- Sé que es difícil, pero tenemos que hacerlo... - dijo mientras buscaba su mirada

- Pero no quiero olvidar – le dijo ella mientras clavaba sus ojos llorosos como dagas en la mirada del joven.

- Si no terminamos con esto se convertirá en un fantasma en nuestra vida – le dijo él secando sus lágrimas.

- ¿Algún día sabrás disculparme? – dijo ella cuando definitivamente rompió en un sonoro llanto.

- Hubiera dado cualquier cosa por que todo fuera diferente – concluyó, mientras la encerraba en un abrazo.

- Nada será nunca lo mismo, su ausencia está terminando de dinamitar todo aquello que parecía estable – suspiró ella en el pecho de él.

- Soñé con pasearte a veces por las calles y correr gustoso a tu lado mientras dabas tus primeros pasos – Recordó él en voz alta, y ya sin hablarle a ella comenzó a dialogar con un ausente –Salir a caminar y llevarte a ver los hermosos árboles escondidos en sus entrañables asuntos de raíces. Contigo, hoy el mundo sería tan diferente… -

- Basta de hablar así, te estás convirtiendo en su fantasma, deja, deja que esto tiene que terminar – le dijo ella, como tratando de rescatarlo de un recuerdo que lo llevaba inexorablemente a una tristeza tan cercana.

La vida continuaba así durante ya varios meses, cada gesto, cada camino en lo que parecía una vida cotidiana los llevaba de inequívoca manera al mismo rincón, hacía ya dos meses había fallecido su primer hijo.

Ellos se castigaban mutuamente sin decírselo, sentían haberle fallado a lo más suyo que pudo haber existido.

El volvió hacia el tarro de pintura, con su cabeza baja y lloró. Ella lo siguió con una mirada opaca, sin luz, pensando en que él encerraba un muerto en su alma.

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