viernes, noviembre 26, 2010

22-12-12


Me quedé observando el reloj, son exactamente las 23.58 del 20 de diciembre de 2012, dentro de dos minutos sería el día del apocalipsis, el instante del fin según la astrología Maya.

En verdad, nunca fue un asunto que me preocupara, ni mucho menos algo que me quitara el sueño, pero, faltaban dos minutos para el plazo e indudablemente me encontraba en una espera angustiosa para que pasaran esos 120 segundos y saber la respuesta de la gran incógnita.

23.59

El tiempo pasaba irremediablemente lento, comencé a contar los segundos de manera regresiva: 30, 29, 28, 27, 26, 25.

Un sudor frío recorría mi frente.

24, 23, 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15.

Maldición, faltaba demasiado poco, mis pulsaciones aumentaban.

14, 13, 12, 11, 10…

Estaba pálido asustado, temblaba de pánico.

En mi cabeza una vorágine de imágenes se repetían, bombas, gritos, pánico, guerras, un hongo atómico, hambre, destrucción.

9, 8, 7, 6, 5…

La luz se cortó, no lograba distinguir nada, miré por la ventana y noté que existía un corte generalizado, nada se veía. En el horizonte observé refucilos. El pánico me invadió, era la guerra, las bombas tenían que ser el disparo de algún cañón de esos modernos que destruye todo.

Corrí al interior de mi departamento, alejándome lo más posible de la ventana, entré en mi habitación y cerré tras mis pasos la puerta a fin de evitar que la radiación de la bomba me contaminara.

Sentí cómo la gente corría por los pasillos del edificio, la gente huía o ¿eran las tropas enemigas que nos estaban invadiendo?.

Me escondí en el placard, no me dejaría vencer, encontré algo de comida en los bolsillos de mi campera. Con eso podría sobrevivir un par de días. Pensé en llamar a mi madre y avisarle de la situación, pero tuve temor de que al hacer la llamada los invasores detectaran mi ubicación.

Traté de levantarme dentro del pequeño espacio en que me encontraba. De pronto sentí un golpe fuerte en mi cabeza.

Me sentí mareado, traté de girar y ver quien me había golpeado, pero las puertas del placard se abrieron y caí de bruces fuera de él.

Perdí el conocimiento cuando mi cabeza se azotó contra el suelo.

Había amanecido, pase indudablemente muchas horas tirado en el suelo. Me levanté lentamente y comencé a recordar lo que había pasado, la bomba, las corridas, la invasión.

Abrí la puerta de mi habitación, todo seguía en orden.

Prendí la televisión y hablaban en el noticiero de un gran apagón de veinticuatro horas.

Me dolía la cabeza, un gran chichón coronaba mi cráneo y comprendí que había pasado un día inconsciente, era 22 de diciembre y el mundo seguía igual, caótico, individualista, pero igual que siempre.

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