miércoles, noviembre 02, 2005

AL FINAL DEL CAFÉ...


Tomaba mi café, acompañado de un poco de Baileys, para darle un sabor algo más suave y dulce.
Comencé a pensar en las cosas bellas de la vida, pensé en viejos amores, pero me llevaron a la desgana de viejas decepciones.
Empecé a mitigar mi decepción con algo de buena música, mientras escuchaba algo de buen jazz, (The Swing Timers, en Tributo a Cortázar), preparé mi pipa y comencé a fumar mientras un aire de acogedora penumbra se posaba sobre mi hogar, contemplé como las pequeñas cosas, esas de felicidades efímeras, destellaban ante mis ojos, me senté en mi sillón (especializado para la buena música y la buena lectura), tomé un buen libro de Oscar Wilde y comencé a leer en voz alta.
Al rato me di cuenta de lo mágico del momento, las cosas pasaban fuera de mi ventana con una cotidiana violencia que debería haberme consumido en terribles reflexiones de lo inaudito banal del mundo.
Cuando comenzaba a verme rodeado por consumadas reflexiones sobre la necesidades de cambiar todo, decidí cambiar la música, algo que me trasportara un poco más cerca de la realidad de nuestro suelo, comencé a escuchar a Zitarrosa, admirando su voz y balbuceando (siempre en una forma lamentable) algunas de sus canciones...
Todo se movilizaba en una forma predeterminada, como si todo esto fuera un gran ajedrez!!!
El tiempo corría vertiginosamente fuera de mi ventana...
La soledad era una perfecta compañera (por primera vez me daba cuenta de ello).
En ese momento me di cuenta de lo feliz que era, comprendí que esa búsqueda eterna de felicidad se debía a algo mezquinamente utópico.
Recordé a mis amigos y soñé con tenerles rodeándome en ese momento con una buena conversación, riéndonos, soñando, contemplando...
Volví a pensar en mujeres, pero recordé lo reconfortante que es estar siendo abrazado por alguien con la simpleza de querer un buen momento, sin más, sin menos...
Eso es felicidad, las cosas pequeñas que minan de a poco (a veces en forma muy pequeñita) la cotidianeidad de esta vida...
Un buen café, una buena charla, un beso, un excelente libro, buena música, amigos, la sonrisa de un niño...
Invalorables objetos del buen amor y de la hermosa felicidad.
Después de bastante tiempo puedo decir como dice Silvio:
"Soy feliz, soy un hombre feliz. Espero que me perdonen los muertos de mi felicidad"
Amén por eso...

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